30/09/2007

Vamos que venimos (o cuando el cierre no se abre)

Hoy fui a ver a un director de fotografía a la cárcel. No éramos grandes amigos pero lo encerraron justo cuando lo iba a contratar para un trabajo. No pudo ser: en vez de presentarse en el set de filmación estaba incomunicado en una celda de máxima seguridad. Un tema de drogas. Pensé que era una buena idea visitarlo. Le llevé un libro: la biografía de The Clash.

Cárcel de Wandsworth. Unas veinte personas esperamos ser llevadas a la sala de visitas: madres con niños, novias peinadas y maquilladas, suegras y padres. Amigos tatuados y abuelas inmigrantes. Una cornucopia de domingueros. Tenemos el turno de las 15.30 a las 16.30 -el último del día.

Caminar entre muros, alambres de púas y el panóptico en medio de un enorme patio es apenas una sospecha. Escaleras y más escaleras. Finalmente una sala con mesas numeradas. Tres sillas de un lado y una del otro. Lo veo llegar. No sé si puedo tocarlo hasta que en la mesa de al lado veo a un grandote besar con toda la lengua a una chica de vestido corto y tacos negros. El me arrebata un abrazo amistoso mientras yo no sé dónde sentarme (hay tres sillas pegadas al piso de un lado de la mesa y una del otro. Sin estar aturdida por la experiencia el layout hubiera sido obvio). "Bienvenida a mi oficina", me dice. Está de buen ánimo y tiene un pésimo corte de pelo. "Te traje un libro", apuré sin mirarlo. Cuando levanto la vista recuerdo que tiene unos ojos azules oscuros muy bellos (ahora se me antojan algo apagados). "Gracias, lo voy a leer porque acá sobra el tiempo. Estoy leyendo dos o tres libros por semana, tengo mi propio dvd player, un gimnasio gratis, no pago alquiler y la comida es buena". Hablamos de libros, de cine, de escritura. El tiempo pasa volando. Un guardia avisa que nos quedan diez minutos. Hablamos algo más del trabajo que no hicimos, de videos de música, de gente a la que debería ver y de lo que hará cuando salga (algo que puede suceder en un máximo de cuatro años o un mínimo de seis meses). Lo sabrá después del 17 de octubre. Me cuenta que está haciendo storyboards y juntando historias.

Como la de un tipo que cruzó el Canal de la Mancha desde Holanda en una tabla de windsurf, con una mochila con 50 mil pastillas de éxtasis. Y la de otro que compro 50 gramos de cocaína "para tener algo que dar a los invitados en una fiesta". Y la de uno que es diseñador gráfico a quien conoció porque estaba leyendo el mismo periódico que él.

-¿Por qué estás acá?, le dijo para hacerse amigo.
- Porque fui a una fiesta, me agarré a trompadas con un tipo y al día siguiente la policía me vino a buscar a mi casa. Yo no sabía nada pero esa noche acabó yendo al hospital. Quedó ingresado y murió. A mi me dieron 12 años.

Me levanto de la silla. Le doy un abrazo de despedida. Le prometo que voy a volver (aunque no sé cuándo). Me dice que cuando salga me promete tres trabajos que hará gratis si los necesito. Le digo que piense en el futuro y haga lo mejor que pueda de su presente. "Vivimos de las historias que sabemos contar. Seguí juntándolas". Sueno educativa.

No me dejaron darle el libro directamente. Dejé la biografía de Los Clash en una garita de seguridad. El guardia me dice que le llegará recién el lunes. Espero que le guste.

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