31/10/2007

Languis

Para Romi

Poner play primero



Los 80´s. Pista iluminada como correspondía (y digo pista). Ok, el momentum de los primeros golpecitos de 'Cuando pase el temblor' eran importantes; generaban cierto estado de conmoción pero eso no hubiera alcanzado. Ni el video del norte argentino (genio y adelantado Mr Lois chapó donde quiera que usted esté). Ni los sobretodos estilo caminando-por-Reconquista-mientras-canto-una-de-The-Cure-llego-a-Palladium. No. Eso, lo juro, eso no sumaba tanto.

La verdad hay que decirla: los comienzos de Soda son de Charly Alberti. Porque los early descubridores del pop dietético no alcanzaban ni en pedo. Fuimos las chicas las que sostuvimos la escalada de la Bestia Pop. Ni 'El Indio se la come, Cerati se la da' o su viceversa alcanzaban a igualar el micromarketing de escuela secundaria (si alguien necesita una muestra del poder de la herramienta, que recuerde que fuimos las chicas de secundario las que creamos galanes imposibles en feos y sin garbo como los claros casos de Ralph (Karate Kid) Machio, o de Andrew (La chica de rosa) Mccarthy).

Y volviendo a la verdad, que no fue el talento de Gustavo Cerati ni el power bajo de Zeta Bosio sino las virtudes físicas del rubio Charly Alberti lo que nos hacía escribir Soda en la carpeta y comprar los discos. Y finalmente bailarlo en las discotecas, creando el mito. Sigamos en tren de verdades y, digan lo que digan hoy, a todas, pero a todas, nos gustaba Alberti. Cuando él revoleaba el flequillo/jopo y caminaba (como en zancos) era para gritarle: "Alberti, Alberti, que lindo sos Alberti".

Resulta que pasa el tiempo y una va descubriendo que sabía bien poco de muchas cosas. Pasa el tiempo y Deborah se come un Alberti y se gana nuestro respeto (nuestro es igual a "yo y mis amigas quienes pensamos siempre que a un Pancho Dotto se lo come cualquiera"). El tiempo vuelve a pasar y ante estas revelaciones tontas, que podrían tildarse casi de sin sentidos, se nos vuelve a aparecer Deborah y nos chista (para avivarnos) mientras se come un Cerati. Ya nos parece sospechoso. Le sumamos unos diez años y es certeza: unos discos solistas que son bellos desde la tapa hasta el tuétano y un día donde vuela todo por los aires mientras suena el riff de la guitarra conocida. Sin vuelta atrás, una se da cuenta de que Cerati era el verdadero lindo y de que Deborah era casi un profeta.

Ya sólo quedan dos verdades. La primera reza que en pleno Vladimir (un bar de ¿fines de los ochenta?) a la dedicada y una servidora los mismísimos Cerati y Alberti nos encararon y nos fuimos al mazo (algo que redobla nuestra ignorancia de las verdades de la vida entonces). Y la segunda es que finalmente los conocimos (aunque, como a la verdad hay que decirla, nunca íntimamente) y, nada personal, pero qué bueno era cuando sólo sonaba Soda Stereo y una creía que el lindo era Alberti. La verdad puede ser sólo una mala puñalada.

Con un poco de resaca de viejos tiempos. Aquí el mentado tema (y video) como ayudita.

0 blah, blahs: