10/04/2008

La otra


A la otra, a Vaccaro, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar las tapas de diarios en el quiosco de revistas y los libros nuevos de la librería; de Vaccaro tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un website de cine. Me gustan las piscinas, los mapas, la tipografía moderna, las etimologías, el sabor del té y la prosa de Stevenson; la otra comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un personaje. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir para que Vaccaro pueda tramar sus documentales y videos de música; sus escritos y sus canciones y esas letras e imágenes me justifican. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas obras válidas, pero esas obras no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera de la otra, sino de las televisoras o de la tradición. Por lo demás, yo estoy destinada a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en la otra. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el gato un gato. Yo he de quedar en Vaccaro, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus cosas que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de ella y pasé de las mitologías del periodismo a los juegos con el cine y la música, pero esos juegos son de Vaccaro ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o de la otra.

No sé cuál de las dos escribe esta página.

Al maestro con cariño.
Mientras vago algo perdida por Buenos Aires.

0 blah, blahs: